¿Final feliz?


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Pero ahora las cosas eran diferentes.
Y es que allí, tan lejos de sus ojos que me dolía, allí estaba yo. Perseguida por una mirada que no tenía fin, atascada en un horizonte al cual yo no llegaba, y posiblemente no llegaría nunca.
Pasaban miles y miles de personas por esa galería, todos con la intención de quedarse grabado en la mente el mejor de todos los cuadros. Y así, varios meses.
Y una mañana más, varias personas estaban delante de esta pared cuchicheando. Les oía hablar de mi nuevo rubor, de ese que me había salido desde que nuestras miradas se juntaron.
Nunca te enamores. Me dijeron. Los cuadros no estaban preparados para enamorarse.
Y llegó el fin de la exposición, un fin que era el nuestro, el de todos. Durante los siguientes días, nos venderían a aquel que nos quisiera, y perderíamos cualquier tipo de vínculo, relación o recuerdo de este sitio. Cuánto lo echaría de menos. Esas viejas paredes que vivieron conmigo durante tanto tiempo, ese cuadro de mi lado con unos ojos grises, terriblemente preciosos y sobre todo él. Él que era lo único que podía admirar yo de frente, ese chico del óleo de fondo verde.
Fue entonces cuando entró un chico joven, que pagó por mi más de lo que yo misma me valoraba. Tampoco era uno de los mejores cuadros, pero al parecer, el quería que fuera suyo con todas sus fuerzas.
¿Era extraño, verdad? Un triste final como este, un precio por el cual pagar. Así era la vida de un simple cuadro, que a nadie le importaba. Eras un trozo de óleo pintado, que pocos sabían valorar. Por el que muchos apostaban, y pocos valoraban. Y así, de casa en casa, escondiendo secretos en cada uno de tus marcos, viendo mil y una situaciones. Porque corazón que no siente, ojos que ven. Y es que eso eramos, simples cuadros en una pared, observando día a día a miles de personas. 
Y le vi crecer, me hice la idea de ser ''su cuadro'', y de acompañar su pared del salón junto con uno de Nueva York. 
Se había vuelto todo un hombre, y últimamente la misma chica venía a su casa. Esa chica que me pareció ver algún que otro día por la galería, cuando nos vendían. Quizás fuera su actual novia, o quien sabe. Sea como sea, le vi esconder un anillo en el cubo de palomitas, de camino al sofá en aquella noche de diciembre. Nada como una película y unas mantas en este tiempo ¿No?
Vi la cara de felicidad de ella, y el abrazo tan fuerte que le dio. Les vi sonreír, y comerse a besos mientras ella lloraba. La verdad, comparada con la imagen que veía día tras día en la galería, esta era sin duda, mucho mejor que cualquier otra. Esta imagen era preciosa, y me encantaba. 
Y así fue como para febrero ella instaló sus cosas con nosotros. Y como él, se acercó a mi, pero no me cogió a mi, si no a el cuadro de Nueva York. 
-Creo que prefiero olvidar este, quizás algún día podamos ir allí, ¿No crees?-le dijo. 
Lo dejo a un lado, y a cambio puso uno que traía ella con sus pertenencias. 



Sabéis, nunca os creeréis el cuadro que compró ella. Quizás eso necesitaban, cuadros como nosotros, cuadros que eran simples retratos, pero que había algo que les unía y los hacía especiales. Quizás solo necesitábamos ver un poco de felicidad, como la que estos dos chicos me habían aportado desde que él me compró. Y como le aportarían ahora a él, a el chico de ojos azules, de fondo verde, ese chico serio... 
Él me compró a mi y fue hacía la derecha. Ella le compró a él, y fue hacia la izquierda.
Pero nos olvidamos de algo: La tierra es redonda.

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